Para obtener más ingresos, Julio Aular tuvo que vender una parcela de tierra y así poder comprar un automóvil con el que pudiese trabajar como taxista, con el fin de poder sobrellevar la crisis en Venezuela. Sin embargo, la situación empeoró cuando Fabricio, su nieto de tres años, enfermó debido a las complicaciones de la desnutrición; la falta de proteínas hizo que su piel se hinchara e infectara.
Al igual que Julio, cientos de venezolanos viven una de las peores crisis de su historia, donde la inflación ha alcanzado un asombroso 2, 700% o bien, el comprar alimentos básicos y medicamentos esenciales se ha convertido en una odisea.
“El problema es que no hay medicina” señala Aular en una entrevista a Caritas Internationalis. “No hay trabajo, y si hay trabajo, el salario no cubre el costo de la medicación. Si compras un medicamento, entonces no hay dinero para comprar comida”. El dinero de la venta del automóvil se agotó. Su nieto, Fabricio, ha estado en el hospital por 13 días y aún no se recupera. La familia de Julio sigo en la búsqueda de los medicamentos para continuar el tratamiento del pequeño de 3 años.
En 2017, las cifras indican que más del 87% de la población está viviendo por debajo del umbral de la pobreza. Para conocer la magnitud cabe señalar que el venezolano promedio perdió más de 11 kilos en ese año. Y no sólo eso, pues la necesidad de alimentos está empujando a la gente a tomar medidas extremas.
“El robo de comida está en aumento. La gente secuestra y exige comida como rescate. Otros están entrando en hogares para robar comida. La inseguridad es alta. La gente está muriendo de hambre; las enfermedades están resurgiendo, nuestro país se está deteriorando y tiene un efecto dominó en los países vecinos. Si mejoramos la seguridad alimentaria, todos los otros indicadores mejorarán también”, señala Janeth Márquez, directora de Cáritas Venezuela.
En este sentido, también la Iglesia en Venezuela se ha visto afectada “La vida en Venezuela ha colapsado” señala Márquez “nadie queda ileso. Nuestros catequistas están desnutridos. Nuestros sacerdotes no tienen nada para comer. El personal de la Iglesia y Cáritas enfrentan los mismos desafíos que el resto de Venezuela. Los trabajadores de Caritas tienen niños desnutridos, nuestros hogares también carecen. La nuestra es una intervención dual; debemos cuidar a los cuidadores mientras brindamos atención a los demás”.
Por ejemplo, en el período previo a la temporada de Pascua, la Iglesia Colombiana donó 250 mil obleas de comunión a la Iglesia Católica en Venezuela, esto porque la escasez de haría de trigo ha obstaculizado severamente la producción de hostias de la iglesia, fundamental para el ritual de la Eucaristía. La producción ha caído a menos de la mitad de los niveles mensuales previos de 70, 000. Los sacerdotes están recurriendo a dividir la hostia en pedazos para brindar la Sagrada Comunión a los feligreses.
Peso a las limitaciones que ha tenido la Iglesia Católica por aminorar la crisis, la esperanza no sucumbe, pues a través de Cáritas, se han establecido centros de nutrición, atendidos principalmente por voluntarios, donde niños menos de 5 años y mujeres embarazadas son monitoreados y tratados por desnutrición. El número de voluntarios se multiplicó y pasó de 10 mil a 20 mil personas. Es así que los programas de Cáritas están llegando a la población, quienes han entregado más de 1, 25 millones de comidas.
“Los programas sociales como nuestras ollas comunitarias no solo proporcionan la comida necesaria a la familia, crean espacios de diálogo y son una oportunidad para fortalecer los lazos y la vida comunitaria al brindar a las personas un lugar para trabajar juntas”, dice Márquez. “Estamos viendo personas muy pobres ayudando a otras personas muy pobres. Eso es parte del papel de la Iglesia, a través de escuchar y orar, despertamos su fe y les damos esperanza. Esto permite que las personas, a pesar de sus circunstancias, sigan ayudando, viviendo y trabajando juntas por una Venezuela mejor “.
Con información de Caritas Internationalis